Siempre supe que quería ser mamá. No por mandato, sino porque lo sentía como propósito. La maternidad llegó rápido y le dio sentido a todo lo demás. Mi mamá decía que el amor a los hijos se construye, y tenía razón. Ser madre me enseñó a amar mejor, a pedir perdón, a soltar y volver a empezar. Verlos crecer fue magia.
Tengo tres hijos maravillosos, y cada uno vivió a una madre distinta. No fui perfecta. Fui real. Cada uno tiene su propia historia conmigo, su huella propia, sus versiones de nuestra relación y también sus tesoros. Hoy podemos hablar de todo ello sin reproches, con conciencia. La verdad es que no crecieron con una madre perfecta, sino con una madre en construcción. Ellos son mis interlocutores, mis socios y mis espejos más honestos.
Durante años intenté equilibrar mi vida personal y profesional, tarea casi imposible. Casi. Había culpa, exigencia y malabares diarios. Una vez, después de un día eterno, llegué a casa y al mirar el asiento trasero… no estaba mi hijo. Me lo había olvidado. Volví por él, entre risa y culpa, porque la maternidad también está hecha de esos momentos que duelen, pero se recuerdan dulcemente.
Hace siete años que practico Ashtanga Yoga y me enseñó lo mismo que la maternidad adulta: que sostener transforma más que controlar. Que no se trata de la forma perfecta, sino de respirar dentro del proceso.
Hoy mis hijos son adultos. María Danielle vive en Alemania; Oliver, también lejos, cerrando su etapa universitaria; Alexander, aquí, profesional. Compartimos ideas, respeto y presencia. Si me admiran, no es por ser perfecta, sino porque sigo creciendo y nunca me detuve.
Me formé como periodista y la comunicación fue mi motor. Emprendí con mi mamá, trabajé en VIVA, lideré, aprendí. Y lo más valioso de todo ese camino fueron los vínculos humanos que construí.
Ahora, con SheKnows Space, quiero que otras mujeres lideren con su voz, transformen su saber en valor y que la plataforma sea un espacio para crecer en comunidad.
Ser madre nunca acaba, evoluciona. Cambia de forma, no de intensidad. A las mamás que leen esto: no traten de ser perfectas. Sean ustedes. Porque ser una misma también enseña.
¿Qué es lo más valioso que encuentras en la relación que tienes con tu mamá?
Son muchas cosas. Es una experiencia contagiosa porque es alguien que disfruta realmente de vivir. En casa, acumular experiencias, crecer constantemente, seguir formándose y buscar nuevas oportunidades siempre fue parte del día a día. Y me enseñó todo eso sin que supiera que me estaba enseñando. Tampoco me sorprende, ya que viene de una familia donde era normal que mi abuelita, ya mayor, se comprara una entrada para el partido Bolivia-Argentina e ir sola al estadio, porque “quería ver a Messi”.
Compartimos también algunos hobbies e intereses. No es raro que leamos algo juntos o que nos recomendemos libros y después debatamos sobre lo leído. También tenemos en común nuestro interés por el bienestar y la salud a través del deporte, si bien con orígenes muy distintos pero siempre complementarios, y posiblemente eso desemboque en un emprendimiento futuro. ¿Cómo no valorar todo eso?
Siempre dije que, por el lado de mi padre, tengo lo racional y más alemán, tal vez, mientras que por mi madre tengo el lado latino y pasional. Más que heredarle solo los ojos, heredé sobre todo su manera de ver la vida.