TST Nº 8

31/10/2023

Pablo Jove

CCO de Athos y columnista

Un Halloween terrorífico

“Me encanta el olor a napalm por la mañana. Huele a victoria”, decía el Teniente Coronel Kilgore, interpretado por Robart Duvall en Apocalyse Now. Y algo parecido me sucedió el otro día al abrir la ventana de mi departamento en Santa Cruz. Solo que esa pestilencia a chamusquina esta vez olía a derrota. Y a miedo. El humo había convertido el cielo en un infierno.

Yo, que soy de afuera, no tuve ni que preguntar. Todos hablaban, cuando la tos se lo permitía, del único tema que flotaba en el ambiente. La atmósfera era irrespirable. Yo ya sabía que los bomberos no tienen los medios suficientes para aplacar tanto fuego y que es una historia que se repite año tras año bajo el cielo, dicen, más puro de América.

Me contaron que 16 municipios (ahí me quedé) presentaban emergencias por incendios forestales. Y me asusté.

Me contaron que habían suspendido clases en los colegios y en las guarderías y en las universidades. Y me aterré.

Me contaron que Santa Cruz duplicaba en valores a la ciudad más contaminada del mundo. Y me espanté.

Me contaron que la ciudad se declaró en emergencia y Yapacaní en desastre municipal. Y me sobrecogí.

Me contaron que unas personas armadas impedían trabajar a los bomberos para sofocar las llamas. Y me alarmé.

Me contaron lo que estaban sufriendo los animales del zoológico. Y me sobresalté.

También me contaron que los incendios venían de varios puntos cardinales. Y me estremecí.

Me contaron, además, que iban más de dos millones de hectáreas quemadas en Bolivia y casi medio millón en Santa Cruz. Y me inquieté.

Y que quizás íbamos a tener que volver a usar barbijo al alcanzar el pico máximo de contaminación con un ICA de 313. Y me horripiló.

Y que, pese a todo eso, las autoridades no declaraban emergencia nacional. Y ahí, ya sí, desde lo más profundo de mí, me re-contra-acojoné.

Ahora solo espero ansioso que me cuenten, al fin, que se ha acabado esta pesadilla. Porque con esta contaminación, más allá de unos años de salud y unas horas de educación, perdemos mucho todos.

Eso sí, el miedo, en este Halloween de terror, ya no nos lo quita nadie.

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